La palabra de Pepe Luis
Aquilino duque. En
cierta boda, celebrada no hace mucho en Londres, en el suburbio
portuario de Wapping, el cura, católico anglicano, avisó que no se
tomaran fotografías ni se impresionaran películas en el momento solemne
en que los contrayentes intercambiaban las alianzas y él los pronunciaba
marido y mujer. Ese momento, ese instante, era tan sagrado que estaba
muy por encima de las técnicas de perpetuación de la imagen y sólo
merecía perdurar en la memoria de cada asistente.
En una entrevista concedida al diario ABC el 15 de agosto de 1990, al
cumplirse el medio siglo de su alternativa, el torero Pepe Luis Vázquez
decía lo siguiente: “Queda en la televisión el recuerdo de las imágenes,
pero no es la única manera de recordar, ni la definitiva… Para mí lo
mejor es lo que queda en el pensamiento. Lo que no se borra; la
fiabilidad de lo que uno mismo recuerda.” En otro orden de cosas, al
evocar las veces que iba a La Punta del Diamante a tomar café con
Chicuelo, abundaba el torero de San Bernardo: “Es que de las
conversaciones queda el rescoldo, que es lo más bonito.”
En un mundo como el de hoy, sometido al imperio de la imagen, no deja
de ser alentador este homenaje al pensamiento y a la memoria por parte
del oficiante de un arte eminentemente visual y efímero, que al fin y al
cabo debe a la fotografía y al cine una semblanza de perennidad. Y es
que la técnica, en la acepción moderna, tan alejada de la clásica en que
era sinónimo de arte, tiene una gran importancia siempre y cuando no
pierda de vista lo ancilar y subalterno de su función. El mejor disco
compacto no es capaz de transmitirnos la vibración ni la atmósfera de
una sala de conciertos, y del mismo modo ni el cine ni la televisión nos
transmite el ambiente indescriptible de una tarde de toros ni la gracia
inefable de un sacramento. Un documental puede muy bien ser una obra de
arte, pero por bien hecho que esté, siempre tendrá más valor como obra
de arte que como documental, y en el ánimo de cualquiera está el uso que
desde los años 30 se viene haciendo de las técnicas de comunicación
para orientar y encauzar los ciegos movimientos de masas. La técnica
está muy bien si se pone al servicio del arte; en cambio está muy mal si
lo que pretende es suplantarlo. La técnica puede describirnos un rito o
contarnos una ceremonia, pero sólo quien haya protagonizado o
presenciado esa ceremonia o ese rito puede tener una idea de la gracia
que en ese instante tocó algunas frentes privilegiadas. Pero es que la
técnica también se utiliza muchas veces de que lo blanco es negro y
viceversa, y frente a ese engaño no cabe otra defensa que la palabra de
los testigos de buena fe; de los que saben de lo que hablan, no de los
que hablan por hablar.
Claro está que también la
palabra puede engañarnos, la palabra escrita, como nos puede engañar la
pintura o la fotografía, pero es que también en la palabra escrita es
perfectamente posible distinguir lo auténtico y lo falso. Por lo
general, los grandes charlatanes son malos escritores, y los buenos
escritores son parcos en palabras, y hay hombres parcos en palabras que
dan lecciones de buen decir al escritor más pintado. En todos los ánimos
está la respuesta de Juan Belmonte a Valle Inclán, y yo no estoy ahora
mismo haciendo otra cosa que glosar unas breves palabras de Pepe Luis
Vázquez a un periodista que lo entrevistaba.
El
rescoldo que queda de las conversaciones, el recuerdo que queda de una
buena faena, no se explican sin una filosofía de la vida, una filosofía
que hunde sus raíces en la tierra de una cultura agraria. Por eso,
hablar del toreo de Pepe Luis Vázquez, un hombre que sabe lo que
conforta un rescoldo y lo que revive un recuerdo, es hablar de toda una
cultura agraria, de una cultura de la tierra de la que ese toreo fue una
manifestación. Ya sé que decir “cultura agraria” es redundancia, pues
cultura es lo mismo que cultivo, y solemos llamar culto al hombre
cultivado.
Por eso, el concepto de cultura es
indisociable del concepto de naturaleza, y de naturaleza viene
naturalidad, una naturalidad que el hombre de campo debe a su idea
cíclica del tiempo, a esa rotación de las cuatro estaciones, a ese
eterno retorno de las faenas agrícolas. La elegancia ignorándose en la
naturaleza. Ese verso lapidario con el que Gerardo Diego resumía el
toreo de Pepe Luis podría aplicarse al estilo con que muchos labradores
andaluces se plantan ante su tierra. Pero es que hay otra cosa en la
naturaleza, y es que la naturaleza no engaña, la naturaleza no hace
trampa, la naturaleza es de fiar. Solem quis dicet falsum audeat?,
pregunta Virgilio en sus Geórgicas. ¿Quién se atreve a poner al sol por
embustero? Y alguien que predicaba el retorno a la tierra, la vuelta al
campo, solía decir: “La tierra no miente.” La tierra puede ser rica o
pobre, avara o generosa, pero lo cierto es que no da más que lo que
promete. Y una de las cosas que da nuestra tierra española es la fiesta
brava; de ahí que nadie que la ignore puede hablar con autoridad de
cultura ni de cultivo. A esa cultura de la tierra es nada menos el sol
el que le pone su broche de oro.
Alguna vez he
dicho que es la economía lo que mejor ilustra el arte y el estilo de
Pepe Luis. Nada en él fue nunca excesivo, y en él fue el arte de torear
una ciencia exacta. Los que tuvimos la suerte de verlo en la plaza,
tanto en sus tardes de gloria como en sus tardes de abulia, vemos en
nuestro pensamiento la gracia sobria con que resolvía las ecuaciones de
la lidia. Esa economía suya que, vuelvo a decir, era también economía de
su persona o, dicho de otro modo, instinto de conservación, es la misma
economía que luego hemos encontrado en sus palabras. “Se torea como se
es”, decía Belmonte. Habría que añadir: “Se habla como se torea.” Acaso
el tópico que más daño nos hace a los andaluces sea el de presentarnos, y
a los sevillanos muy en particular, como chistosos y dicharacheros. No
niego que haya demasiados andaluces de este tipo, de esos que dan
vergüenza ajena, pero es que hay un estilo andaluz campero de hombre que
para saber la hora sólo tiene que mirar la posición de las estrellas.
Ese hombre es hombre de pocas palabras, pero todas son de oro, y hay en
sus ademanes una elegancia natural que no se aprende ni se enseña en
ningún palacio. En su poema coral Los toros, hace Agustín de Foxá decir
al torero:
¿No me has visto al sembrar hacer el gesto
del pase natural, con la semilla?
¿Y en el lento ondular de los trigales
no estaba mi cintura entre verónicas?
Esa naturalidad de movimientos que sólo da el
campo andaluz, se corresponde con una manera de expresarse. Por eso es
la palabra, la palabra viva de Pepe Luis lo que, a los cincuenta años de
su alternativa, seguía dándonos una idea cabal de lo que era su toreo.